Sinopsis: En una pequeña ciudad de provincias, unas señoras se inventan la campaña navideña "cene con un pobre", para que los más necesitados disfruten por una noche del calor y el afecto que no tienen, sentados a la mesa de las familias pudientes. En medio de los preparativos se encuentra Plácido, que es contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero hay un pequeño detalle que le impide dedicarse únicamente a su tarea: ese mismo día de Nochebuena le vence la primera letra del motocarro, su único medio de vida.
Nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Selección Oficial Festival de Cannes
Aunque sea una sorprendente forma de empezar el análisis de una película (espero que se me perdone), me gustaría agradecer a la censura lo que hizo por el cine español o, más concretamente, por el cine de Berlanga; Plácido es probablemente el ejemplo más contundente de su acción (y reacción). Tras Los jueves, milagro (1957), el cineasta español se las tuvo con la censura, que finalmente caló su crítica hacia los estamentos religiosos y políticos y obstruyó sus dos siguientes proyectos. Quizás sea una imagen demasiado lírica, pero hay que imaginar a Berlanga cogiendo carrerilla durante cuatro años para con un sutil toque de derechas (a pesar de ser zurdo...) meter un gol por la escuadra. Lo hizo con un cambio de registro respecto a sus anteriores películas, cogiendo el bisturí y rodando bajo la piel de cordero de una comedia costumbrista: Plácido supone un éxito de la inteligencia, un éxito cinematográfico y un éxito artístico. En Plácido encontramos la crítica más feroz no ya a la dictadura sino a una sociedad hipócrita, más preocupada por las apariencias que por el fondo. Así parece ser también el film, con una perfección narrativa, simplicidad en la trama y estética contemporánea (por no decir franquista) que permitía confundirla con una obra coral cualquiera de la época. Pero el fondo, al revés de lo que sucede en los lujosos comedores de los adinerados ciudadanos de la historia, es demoledor y lleno hasta los bordes de intencionalidad. Cuando oyó la noticia del inicio de una campaña a nivel nacional titulada "Siente un pobre en su mesa", el propio Berlanga explica que en seguida sintió que había una historia para ser contada. Imagínense hasta qué punto era surrealista esta campaña, consistente en acoger a un pobre durante una cena para saciar las conciencias burguesas más que el apetito del invitado, que la propia censura prohibió poner como título de la película el nombre de la misma, intuyendo ya que nada bueno podía salir de esa frase. Sólo a través de la censura se explica la recreación tan certera de lo que sucedía en la España de los 60. Sólo a través de personajes no sólo creíbles sino reales hasta el último detalle, se podía expresar el cinismo de la sociedad acomodada de la época, sin metáforas ni dribblings: directo al grano. Las penurias de la família de Plácido pasan desapercibidas ante los ojos de los ostentosos miembros de la comunidad como seguramente pasaban las desgracias estructurales de esa sociedad. Pero ahí estaban y así sirvieron de eje de la película. En el chut de derechas por la escuadra que supone este film, debemos irnos hasta el final del metraje para encontrar el momento culminante, cuando el balón hace estornudar la red, alertando al portero de que, efectivamente, el balón ha entrado. Este placentero descenlace para el artista llega en el caso de Plácido en un final arrebatador; un final que el propio Berlanga se ve obligado a suponer erróneamente ahora, en los comentarios de la edición en DVD, que fue censurado. En el último minuto de metraje observamos como tras un acto de profunda falta de caridad vestido de justicia materialista, un enojado cliente acude a casa de Plácido para reclamar su cesta de Navidad extraviada. Tras intercambiar apasionados insultos, se despide con un "estos desgraciados son todos iguales". En esta frase se resume la esencia de la película: el personaje que la grita se refiere a los pobres: gente sin principios, es decir, sin apariencias; el espectador aburguesado seguramente interpretó lo mismo e inclusó pensó que no merecían ni la caridad que rezaban los carteles de la campaña, mientras que el espectador ávido comprende y comprendía la ironía de un despecio que rebota, puesto que ha sido expuesto ante un espejo. En Plácido, cada detalle busca el realismo y a la vez la intención crítica de una forma no conocida hasta entonces en España (con excepciones contadísimas como la misma Bienvenido Mister Marshall (1952)), aunque sí en Europa principalmente a través del neorrealismo italiano. Revestir las tragedias humanas y morales con un humor negrísimo no es sino otra forma de presentar la vida, una forma tan típica de Berlanga como de la cultura contrafranquista e incluso postfranquista. La historia es sencilla: un humilde transportista, Plácido (interpretado con tanta naturalidad como sentido del humor por Cassen), es contratado para usar su motocarro en el acto de la campaña de solidaridad con los más desvalidos. Preocupado por el impago de una letra que puede costarle el embargo, el protagonista sigue y persigue los obstáculos y desventuras de la propia campaña a lo largo de una fría noche de invierno. Uno se ríe en Plácido porque Cassen (prácticamente en su primera intervención en el cine) y José Luis López Vázquez saben explotar a la perfección el elegantemente punzante guión de la pareja Azcona-Berlanga. Es inevitable reírse con la esperpéntica burocracia, con las chapuzas organizativas, con los cuernos virtuales del yerno Benigno Quintanillas (por cierto, qué acertados los plácidos nombres de los dos protagonistas), con el dentista casi-médico o con las inesperadas repercusiones de una inminente muerte pagana. Uno no puede evitar reirse, aunque la tragedia subyace en cada escena. Es terrible pensar que alguien se pregunte qué sale más a cuenta, si un viejo o un pobre; es terrible que alguien lamente que el muerto sea justamente el suyo ("¡con lo bien que iba la campaña!") y es terrible que un hombre esté a punto de perder su principal herramienta de trabajo por no recibir las migajas que, en forma de sopa, se reparten para otros ante los flashes de las cámaras. El humor negro se confunde entre las trifulcas e idas y venidas de una puesta en escena casi teatral, sin apenas primeros planos, que orquestra (al milímetro) un reparto coral como la forma más directa y eficaz de mostrar cómo éramos. El ritmo trepidante no deja margen a la reflexión consciente y los mensajes quedan latentes, tapados por un histerismo cómico propio del más clásico bodevil. Berlanga domina el ritmo y sólo lo frena en la escena final, cuando pretende (con éxito) que rumiemos todo lo que hemos ido tragando a golpe de pobre hambriento, en un último minuto sublime que se cierra con un villancico de final sorprendente; sorprendente porque cambia la letra tradicional por un "en esta tierra nunca ha habido caridad ni nunca la habrá, ni nunca la habrá". Una letra que hace evidente, quizás demasiado, el sonido de la pelota en el fondo de la red. Hemos explicado que esta película fue un éxito de la inteligencia, pero también lo fue cinematográfico, puesto que le abrió las puertas del mundo (del cine y del mundo en general) a Berlanga, que no sólo fue nominado al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, sino que viajó a Estados Unidos para ver, aturdido, como directores de la talla de Wilder o Bergman le preguntaban de igual a igual sobre el rodaje de la película. Aunque la película traspúa ingenio, lo que seguramente apreciaron sus colegas fue la maestría con la que Berlanga hizo fácil lo difícil. Quizás por eso el director español recuerda Plácido como uno de sus proyectos "más satisfactorios". Lo difícil es retratar en menos de 90 minutos la complejidad de una sociedad dividida (pero no de lado a lado sino de arriba a abajo) sin irse por las ramas ni necesitarlas; lo difícil es sostener una trama más bien simple con una profundidad de segundas y terceras lecturas; lo difícil es que los personajes de siempre (las caras eran, menos la de Cassen, archiconocidas) no cuenten lo de siempre; lo difícil era, pues, conseguir que una obra maestra de la puesta en escena, el montaje, el guión y la interpretación, parezca una película costumbrista. Éste es el éxito artístico, un gol de esos de un sólo toque que, a posteriori, todos pensamos que meteríamos. Es, en definitiva, un gol de moviola, de esos tan buenos que incluso a pesar del paso del tiempo y de la evolución de los futbolistas y del propio fútbol, siempre sigue magnífico en la retina. Decíamos que la censura ayudó a afilar el cine de Berlanga, pero deberíamos concluir diciendo que el gol no fue (sólo) a Franco y sus censores, sino a la especie humana, tan hipócrita para lanzar con asco las sobras a los pobres creyendo ser caritativo como para comprender esta película y seguir haciéndolo. Un clásico, vamos.
Guión: Rafael Azcona, Luis García Berlanga, José Luis Colina, José Luis Font. Actores: Cassen, José Luis López Vázquez, Elvira Quintillá, Amelia de la Torre, Julia Caba Alba, Amparo Soler Leal, Manuel Alexandre, Mari Carmen Yepes, Agustín González, Luis Ciges, Antonio Ferrandis.
Género: País: España Año: 1961 Idioma: Español Duración: 84 Minutos Ripeador: Pipa para veinticuatrofps IMDBFilmaffinity
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