El último vikingo
Título original: L’ultimo dei vichinghi / Le dernier des Vikings
Año: 1960 (Italia, Francia)
Director: Giacomo Gentilomo
Productor: Roberto Capitani, Luigi Mondello
Guionistas: Arpad DeRiso, Luigi Mondello, Guido Zurli, Giacomo Gentilomo
Fotografía: Enzo Serafin
Música: Roberto Nicolosi
Intérpretes: Cameron Mitchell (Harald), Edmund Purdom (Rey Sveno), Isabelle Corey (Hilde), Hélène Rémy (Elga), Giorgio Ardisson (Guntar), Mario Feliciani, Andrea Aureli (Haakon), Aldo Bufi Landi (Londborg), Carla Calò (Herta), Corrado Annicelli (Godrun), Nando Tamberlani (Gultred), Nando Angelini, Piero Gerlini, Andrea Checchi, Piero Lulli (Harack), Benito Stefanelli…
Sinopsis: El príncipe vikingo Harald regresa a su hogar tras una travesía en alta mar de diez años. Al llegar a su poblado se encuentra con que este ha sido destruido y su padre asesinado a manos del rey Sveno, quien ha dispersado al resto de las tribus vikingas. Harald entonces planea reunir a todos los vikingos para hacer causa común contra el monarca, infiltrándose él mismo en la corte de Sveno como embajador danés…
La magistral Los vikingos (The Vikings, 1958) de Richard Fleischer sería el pistoletazo de salida para la implantación de una nueva corriente dentro del cine de aventuras protagonizada por las andanzas de estos bárbaros del norte. Fruto del éxito tanto crítico como comercial alcanzado por la película producida y protagonizada por Kirk Douglas serían títulos como The Viking Women and the Sea Serpent / The Saga of the Viking Women and Their Voyage to Waters of the Great Sea Serpent [tv / dvd: Las mujeres vikingo y la serpiente de mar, 1957] de Roger Corman – estrenada, incluso, antes que aquélla en una maniobra comercial típica del rey de la serie B -, o la apreciable Los invasores (The Long Ships / Dugi brodovi, 1964), película dirigida por el recientemente finado Jack Cardiff, a la sazón operador de fotografía del film de Fleischer. Pero sin duda, fue la industria italiana la que más contribuyó al fenómeno manufacturando en el corto espacio de cinco años más de media docena de títulos de esta temática, la primera de las cuales sería El último vikingo (L’ultimo dei vichinghi / Le dernier des vikings, 1960).
Como buen sucedáneo que se precie, El último vikingo repite varios ingredientes argumentales vistos en su homóloga norteamericana: los dos hermanos vikingos, la princesa destinada a convertirse en reina aún en contra de su voluntad, el asalto final al castillo, o la venganza como motor principal de la narración son algunos de ellos. Pero mientras que en el caso de Los vikingos su historia es una especie de traslación al Medievo de una tragedia griega con ecos shakesperianos que rehuye de las constantes del género en el que se inscribe, el film que nos ocupa abraza sin complejos los esquemas más asumidos del cine de aventuras mediante una trama poblada por arquetípicos personajes divididos entre buenos y malos, aunque con matices; si bien es innegable que la parte positiva del relato corre por parte del lado vikingo, la cinta no se esconde de presentarnos a estos en toda su dimensión, tal y como ocurre en la secuencia que abre el film, con su abordaje a una nave sin más motivos que los del saqueo.
Del mismo modo, al igual que en el film en que se inspira, los usos y costumbres de los vikingos, en especial en lo concerniente a su religiosidad, tienen una gran presencia y protagonismo en la trama, pese a ciertas licencias narrativas – por mucho que nos empeñemos, el que un miembro de esta etnia tuviera los modales necesarios para hacerse pasar por un embajador de un país foráneo sin despertar sospechas resulta muy discutible -. Por ejemplo, el dolor del protagonista por la pérdida de su padre se tornará en furia vengativa una vez se entere de que éste ha sido asesinado sin un arma en las manos, hecho que le impedirá acceder al Valhalla, iniciándose así el grueso del argumento. En este contexto, resulta un apunte interesante el que uno de los vikingos se aproveche de las supersticiones de su pueblo para manipular su opinión a su antojo, y con ello, tratar de medrar y hacerse con el poder del clan.
Y es que, lejos del producto rutinario que puede parecer a primera vista, El último vikingo posee los suficientes elementos como para erigirse en un film por encima de la media acostumbrada en títulos de similar ralea producidos en el fructífero cine italiano de la época. Ello es tanto por su bien perfilado libreto, dentro de su sencillez y sumisión a ciertas reglas, como por la labor de su realizador, Giacomo Gentilomo (1), veterano cineasta especializado en el cine de aventuras que aporta con su oficio el pulso necesario para que la narración de desarrolle sin mayores contratiempos; no solo eso, sino que además logra sacar buenos resultados de actores, en principio, tan insípidos como Edmund Purdom, con una divertida interpretación del histriónico, déspota y algo infantil villano de la función, a la vez que nos da muestras de la fuerza de su puesta en escena en secuencias como aquella en la que Cameron Mitchell (2) desclava de una cruz en forma de aspa a su moribundo hermano ante una lluvia de flechas o, sobre todo, en esa otra en la que, en plenas insinuaciones amorosas del personaje femenino al protagonista, un plano detalle de la vista subjetiva de éste muestra la cicatriz del corte que se hizo para firmar con sangre su juramento de venganza, momento en el cual el hombre volverá a tomar conciencia de cual es su verdadero objetivo.
José Luis Salvador Estébenez
(1) Algunas fuentes señalan que algunos planos de la película fueron rodados por Mario Bava; precisamente, pocos meses después Bava dirigiría la similar La furia de los vikingos (Gli invasori, 1961), también con Cameron Mitchell y Giorgio Ardisson en sus papeles principales. No es este el único caso en el que la autoría de Gentilomo quedaría en entredicho, pues tampoco faltan las voces que aseguren que gran parte de su película Puños de hierro (Maciste contro il vampiro, 1961), es, en realidad, obra de uno de sus guionistas, Sergio Corbucci.
(2) Con este título Cameron Mitchell debutaba dentro del cine de género europeo del que desde entonces se convertiría en un rostro habitual, tal y como atestigua su trabajo en títulos tan variopintos como Seis mujeres para el asesino, Minessota Clay, La isla de la muerte o Supersonic Man. Como curiosidad, cabe destacar que de la aludida serie de películas italianas de temática vikinga, el actor norteamericano protagonizaría un total de cuatro.
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