domingo, 29 de noviembre de 2009

La furia de los bárbaros

La furia de los bárbaros

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Título original: La furia dei barbari

Año: 1960 (Italia)

Director: Guido Malatesta

Productores: Mario Bartoloni, Giuliano Simonetti

Guionistas: Umberto Scarpelli, Gino Mangini

Fotografía: Vincenzo Seratrice

Música: Guido Robuschi, Gian Stellari

Intérpretes: Edmund Purdom (Toryok), Rossana Podestà (Leonora), Livio Lorenzon (Kovo), Carla Calò, Daniele Vargas (Napur), Andrea Fantasia (Nogaric), Vittoria Febbi (Daritza), Ljubica Jovic (Kathrina), Luciano Marin (Donar), Raffaella Carrà [acreditada como Raffaella Pelloni] (Maritza), Giulio Massimini (Laszlo), Simonetta Simeoni, Niksa Stefanini (Schonak), Amedeo Trilli [acreditad como Amedeo Novelli] (Ragon)…

Sinopsis: Tras violar y asesinar a la prometida de Toryok, jefe de los Nyssia, el príncipe Kovo marcha a la península itálica donde se une a los longobardos. Pasados un par de años, Kovo regresa a su aldea natal para reclamar la jefatura tribal que por dinastía le pertenece, acompañado de su prometida Lianora, una joven princesa veronesa, y una guarnición de soldados longobardos. Enterado de ello, Toryok se muestra dispuesto a vengarse de aquel que truncara su felicidad, desencadenando así una guerra entre las tribus de los Nyssia y los Rüter.

De entre la amplia nómina de cineastas que abordaron de forma regular el péplum durante la primera mitad de la década de los sesenta, el nombre del director y guionista Guido Malatesta sobresale por méritos propios. No obstante, tal consideración no reside en función de la calidad de sus películas, en ocasiones modestas, la mayoría de las veces insufribles, sino que se debe a la singularidad y exotismo de la mayoría de sus propuestas, en las que haría del crossover genérico su razón de ser.

Tal vez en ello influyera el hecho de que fuera el autor que más veces empleara al apátrida y atemporal Maciste durante la segunda etapa del personaje, pero el caso es que Malatesta sería el principal impulsor de una serie de pintorescos títulos en los que las constantes del péplum y sus epopeyas de forzudos serían trasladadas a otros subgéneros del cine de aventuras como el de piratas – Sansone contro i pirati (1963) de Tanio Boccia –, el de ambientes arábigos – Soraya, reina del desierto / Anthar, l’invincibili / Marchands d’esclaves (1964) de Antonio Margheriti –, o la capa y espada – El Zorro contra Maciste (Zorro contro Maciste, 1963) de Umberto Lenzi –; no sólo eso, también sería el iniciador del “péplum erótico” con su seudo comedia Las cálidas noches de Popea (Le calde notte di Poppea, 1969), abriendo así una senda por la que a finales de los setenta transitarían nombres tan representativos del cinema exploit mediterráneo como Bruno Mattei, Joe D’Amato o Roberto Bianchi Montero.

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Más allá de estas extravagancias temáticas, la aportación al péplum de Guido Malatesta en su faceta de realizador se caracteriza por una serie de constantes comunes a casi todas sus obras; argumentos simples e inconsistentes, desarrollo tópico y predecible, falta de progresión dramática, narración fatigosa y confusa, ambientación histórica fuera de tiempo, fallos de continuidad entre planos, o cierta querencia por la inclusión de una o varias escenas de coreografías, son sólo algunos de los elementos recurrentes en sus trabajos como director dentro del género. Buen ejemplo de esto lo podemos encontrar en la que, con permiso de Maciste contro i cacciatore di teste [dvd: Maciste contra los cazadores de cabezas, 1960], estrenada en aquel mismo año, sería la primera incursión del cineasta italiano en el por entonces exitoso “cine de romanos”: La furia de los bárbaros (La furia dei barbari, 1960).

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Rodada en la antigua Yugoslavia y protagonizada por dos actores que por entonces gozaban de una gran popularidad dentro del cine europeo como el británico Edmund Purdom y la bella Rossana Podestà, la trama de la cinta nos sitúa en la Europa central de mediados del siglo VI, alrededor de las disputas entre las desconocidas tribus bárbaras de los Nyssia y los Rüter. Mas todo este contexto histórico, dada su escasa importancia y rigor, no tiene mayor relevancia para con el desarrollo de la narración que la puramente testimonial, no difiriendo en demasía su ambientación (atemporal) a la que tiempo después usaría su director en títulos como Maciste contra los monstruos (Maciste contro i mostri, 1962) o El vengador de los Mayas (Maciste il vendicatore dei Mayas, 1965), películas cuya historias se desarrollaban en imaginarios reinos de indefinidas épocas pretéritas. Llegados a este punto, no es descartable el hecho de que dicho marco histórico, aludido durante el prólogo de la cinta mediante el añadido de una voz en off, respondiera al deseo de sus productores de aprovechar el éxito que un año antes hubiera cosechado El terror de los bárbaros (Il terrore dei barbari, 1959) de Carlo Campogalliani – nótese el parecido entre ambos títulos –; no en vano, tanto como uno de sus guionistas, Gino Manzini, como el villano de la función, el alopécico Livio Lorenzon, habían intervenido en la cinta protagonizada por el icónico Steve Reeves.

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En cuanto a su argumento propiamente dicho, es de destacar su relativa originalidad para con el modelo habituado dentro del género, rehuyendo de las intrigas palaciegas tan caras al péplum – aunque algo hay de forma secundaria –, y articulándose por medio de una historia de venganza muy similar (en el fondo) a las que luego serían moneda corriente en el spaghetti–western. Sin embargo, tan novedoso punto de partida es desperdiciado a causa de un desarrollo unidimensional y superfluo, habitado por personajes de una pieza cuyos comportamientos solo responden a la mera acumulación de tópicos. Más al contrario, antes que a las necesidades dramáticas de la historia, la labor de Malatesta se muestra más preocupada en la concatenación del mayor número de escenas de batallas en las que poder exhibir los generosos medios de los que dispuso, y trufando el metraje de numerosas escenas de baile (hasta tres) cuya inclusión no aportan más al conjunto que la ruptura constante de su ya de por sí moroso ritmo, lo cual dificulta, aún más, el poco atractivo visionado de una cinta sólo apta para completistas.

José Luis Salvador Estébenez

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