Salambó
Título original: Salambò / Salammbô
Año: 1960 (Italia, Francia)
Director: Sergio Grieco
Productoras: Fides Films, Stella Films
Guionistas: Sergio Grieco, Mario Caiano, André Tabet según la novela histórica de Gustave Flaubert
Fotografía: Piero Portalupi
Música: Alexandre Derevitsky
Intérpretes: Jeanne Valérie (Salambó), Jacques Sernas (Matho), Edmund Purdom (Narr Havas), Riccardo Garrone (Amílcar Barca), Arnoldo Foà (Spendius), Andrea Aureli (Kohamir), Raf Baldassarre (Jefe mercenario), Antonio Basile, Pasquale Basile, Brunella Bovo (Neshma), Kamala Devi, Vittorio Duse, Charles Fawcett (Annone), Franco Franchi, Ferdinando Poggi, Faustone Signoretti, Ivano Staccioli (Gell), Nando Tamberlani (Gran Sacerdote), Rinaldo Zamperla, Angelo Bastione…
Sinopsis: En el tercer siglo antes de Cristo, la ciudad fenicia de Cartago contrató a unos mercenarios para enfrentarse a Roma. Cuando a los mercenarios se les niega la soldada pactada, su cólera retumba sobre la rica ciudad del norte de África. Salambó, hija del general en jefe cartaginés Amílcar Barca, intenta llegar a un entendimiento con los rebeldes, pero no tiene en cuenta las trampas de Narr Havas, un miembro influyente del consejo de los cien. Las cosas se complican aún más cuando Matho, el mercenario que encabeza la insurrección, cae bajo los encantos de Salambó.
Las Guerras Púnicas que enfrentaran a romanos y cartagineses entre los siglos III y II antes de Cristo por el poder en la zona de influencia del mar Mediterráneo, ha sido desde siempre un tema recurrente para el cine italiano. Aparte de por la espectacularidad de ciertos pasajes de la Historia real – el paso de los Alpes de las tropas del general cartaginés Aníbal, elefantes incluidos -, este interés, tal y como han señalado diversos autores (1), ha respondido a la justificación de cierta voluntad expansionista trasalpina hacia el norte de África, cristalizada en la invasión de Abisinia (Etiopía) emprendida en 1935 por Benito Mussolini. Precisamente, como método de propaganda política el Estado fascista dirigido por el Duce financiaría Escipión el Africano (Scipione l’Africano, 1937), película cuya trama se centra en la exitosa incursión militar en el norte de África que llevara a cabo este general romano durante la Segunda Guerra Púnica.
Ya metido de lleno en pleno resurgir del péplum acaecido a comienzos de los años sesenta, el director de aquel film, Carmine Gallone, volvía a retomar el marco histórico con Cartago en llamas (Cartagine in fiamme / Carthage en flammes, 1960), adaptación de la novela de Emilio Salgari que sirviera como base para el libreto de la que posiblemente sea la mejor película ambientada en el conflicto, la silente Cabiria (Cabiria, 1914) de Piero Fosco (seudónimo de Giovanni Pastrone), cuya fotografía y efectos especiales corrieron a cargo de nuestro Segundo de Chomón.
Coetánea a la película de Gallone y también basada en un prestigioso referente literario es Salambó (Salambò / Salammbô, 1960), coproducción franco-italiana protagonizada por una jovencísima y mofletuda Jeanne Valérie y Jacques Sernas, y dirigida por el artesanal Sergio Grieco. El film en cuestión es una adaptación muy libre de la descriptiva novela homónima del autor de Madame Bovary, el francés Gustave Flaubert, la cual ya había sido llevada a la gran pantalla con anterioridad en varias ocasiones en la época del cine mudo, ubicándose su trama en la conocida como la Guerra de los Mercenarios que asoló Cartago tras la Primera Guerra Púnica, cuya base está tomada de los escritos del historiador griego Polibio.
Dicha obra literaria es acomodada según los patrones imperantes dentro del péplum de la época, centrando su interés en torno a las habituales intrigas palaciegas con un sobreactuado Edmund Purdom como abyecto conspirador, y transformando el enamoramiento del jefe mercenario Matho hacia la sacerdotisa cartaginesa Salambó de la novela, en una adocenada trama amorosa secundaria, con final feliz incluido. De este modo, la cinta hace especial hincapié en las espectaculares escenas de batalla puestas en escena con gran despliegue de extras, antes que en la tópica y mil veces vista historia que se nos narra, no faltando siquiera ciertas concesiones a la epopeya de forzudos que con tanto éxito iniciara el díptico sobre Hércules de Pietro Francisci apenas un par de años antes, personificadas en la escena en la que el personaje de Sernas se deba enfrentar cuerpo a cuerpo contra un león salido de quien sabe donde.
Pero pese a tan endebles y envarados resultados, la cinta arroja ciertos valores aislados, en su mayoría aportados gracias al oficio de su realizador, como puede ser una puesta en escena de una violencia y erotismo mayor del acostumbrado para la época – por ejemplo, en la “escena de cama” entre los dos protagonistas puede verse como Matho le besa (sobre el vestido) los pechos a su amada -, y con secuencias de gran belleza pictórica no exenta de cierto aire operístico como la del encuentro de los jefes rebeldes con el consejo de los cien, en la que destaca el representativo empleo de los colores blanco, amarillo y azul.
José Luis Salvador Estébenez
(1) Hacía un pasado común. El cine y la uniformización de la antigüedad clásica. Apuntes para su estudio de Óscar Lapeña Marchena.
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